Incluso podría decirse que ya ni siquiera nos vale eso de “mejor solo que mal acompañado”, simplemente porque ya no sabemos estar solos. Y no me refiero exactamente a esa soledad interna y dolorosa que a veces nos inunda el espíritu, el corazón… (o como queramos llamarlo), sino al hecho de ser los únicos dentro de un espacio. Porque decidme quién, hoy en día, pierde dos horas arreglándose para ir a un pub sin gente, quién sale a dar un paseo, ir al cine o sentarse en la terraza de un bar sin compañía, quién se traga los problemas para sí cuando está a punto de explotarle la cabeza, o quién vive uno de esos instantes de película americana, uno de esos famosos momentos redondos de la vida, y no lo comparte con cualquiera, dándole igual que sea un cualquiera más o menos cercano.
Pienso que junto a esta huída forzada de la palabra "intimidad" ha llegado hasta aquí un nuevo fenómeno de masas, un nuevo deporte local: el cotilleo (o me dirán que es algo de lo que esta villa no entiende…). Sin duda es algo comprensible, pues ningún otro deporte nos ofrece tantas ventajas: reduce el estrés y la ansiedad, la participación puede ser múltiple y sin límite de edad, el esfuerzo es mínimo, el precio es nulo, el lugar es lo de menos y el desafortunado protagonista de la charla puede ser cualquiera. Además, es algo tan sencillo y rápido de practicar que puedo incluirles aquí mismo un ejemplo: pónganme a mí de protagonista, tomando un café en un bar del centro junto a un chico lejano a mi círculo familiar y, en cuestión de días, las habladurías transformarán la historia hasta colocarme directamente a las puertas del altar.
Y mientras escribo, me ha venido a la cabeza una escena que viví hace unos días (por casualidad y de lejos, claro) en la que una persona exclamaba: “¿Sabes lo que le pasó ayer a aquel de la esquina?” Y, con unos ojos como platos, un énfasis que parecía mostrar una desesperación absoluta por atiborrarse de chismes y como si en ese preciso instante estuviera a punto de resolverse uno de los grandes misterios de la humanidad, la otra persona responde: “¡No! ¡¿Qué le pasó?!” La conversación desembocó en un amplio paseo por el pueblo, por cada uno de sus rincones, de sus casas, de sus bares… Me recordó a una visita turística de un pueblo cualquiera, acompañada por un guía quien nos describe una vida rural, con una diferencia: la vida no era la de sus edificios, sino la de sus personas.
Con esto, no intento enterrar este “deporte” y echarme flores como si fuera la única persona no perteneciente al círculo de los cotillas, porque simplemente, cualquier intento, grande o mínimo, de terminar con ello no va a funcionar. Creo que eso sería algo tan inútil como los desafortunados intentos por deshacernos de una canción que se nos incrusta en el cerebro por la mañana y la cual no podemos dejar de tararear durante todo el día. Resulta demasiado evidente que esto seguirá formando parte de la rutina de nuestro futuro, igual que desde tiempos inmemoriales ha formado parte del pasado.
Lo que está claro es que la palabra "intimidad"
1 comentario:
Hay gente que busca refugio en las vidas de los demás porque le da miedo vivir la suya.
A tus paseos y ratos a solas yo los llamo "paseos de viejo" y "ratos de señor"... Y me encantan. =)
Te voy a seguir yo también jaja
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