Cuando una vez me dijeron que estaba loca, acepté el dictamen sin protestar: fue ésa la primera vez en la vida que se hizo justicia conmigo. Que nadie venga ahora a reclamarme cordura; mi cordura es mía y no pienso compartirla con nadie.

martes, 30 de marzo de 2010

¿Dónde?


Me pregunto dónde quedaron todos aquellos amores olvidados, las amistades perdidas, los trenes que dejamos de coger, las personas que nos apreciaban y que rechazamos, los buenos momentos vividos, las promesas que alguna vez hicimos pero que no cumplimos, los chismes que perdimos en alguna parte, y los besos que nos dejamos dar alguna vez. Me pregunto donde se han guardado, también, todos los recuerdos que desaparecieron de nuestra mente, y las palabras bonitas que nos dijeron y que se fueron con el viento, los deseos que pedimos a aquella estrella fugaz, y esas oportunidades que dejamos pasar tan a menudo… ¿Dónde quedó todo eso para poder recuperarlo?

viernes, 19 de marzo de 2010

CARNAVAL, VIDA IRREAL.


Deshazte ya del disfraz. Acércate a un espejo y mírate fijamente. Permanece delante de él hasta que la imagen difusa que tienes de ti mismo en tu cabeza se transforme en una figura clara. Mira esa figura de arriba abajo, sin ningún pudor, estando seguro de que no hay nadie observándote cerca, de que eres tú mismo el único que puede criticarte, de que eres la única persona que puede fijarse en ese maldito defecto que te persigue cada vez que miras el reflejo de ese frío cristal. Intentas mirar hacia otro lado para no toparte de nuevo con él, y a pesar del esfuerzo que haces por sonreír ante las virtudes que ves, el defecto siempre está ahí, molesto, inmóvil, aterrador, enorme ante ti.
¿Y para qué está el Carnaval más que para consolar a esa figura reflejada en el espejo? Los Carnavales son esos cuatro días que nos permiten transformarnos en lo que no somos o en lo que siempre hemos querido ser, echarnos un maquillaje que puede llegar a engrandecer nuestros defectos y, sin embargo, ahí sí somos capaces de convertirlos en causa de risa; esos cuatro días que nos dan la posibilidad de enfrentarnos al ridículo que tanto miedo nos da, de utilizar un personaje vergonzoso con el fin de parecer alguien interesante, de reencontrarnos con nuestro pasado mientras buscamos trozos de tela que teníamos olvidados en el fondo del armario, los cuales, ahora sí, serán capaces de devolvernos toda nuestra elegancia. El Carnaval nos da permiso para abandonar nuestra vida real en cualquier parte y trasladarnos como objetos irreales a una disparatada sopa de animales, colores, nacionalidades y objetos, colocados todos juntos en un mismo espacio organizado estratégicamente para que los espejos pasen a ser meros espectadores; ellos nos miran, pero todos estamos seguros de que en ese momento no son capaces de reflejar lo que tanto nos disgusta de nosotros mismos.
El simple hecho de colocarnos una máscara de carnaval hace cambiar la pieza de música que envuelve nuestro día a día. Un mundo diferente aparece ante nuestros ojos durante 96 horas seguidas prestando a esa canción nuevas letras, tocando nuevas notas musicales que de otro modo no aparecerían en esa melodía. Una máscara idéntica a la que nos ponemos para enfrentarnos a nuestra propia canción, la misma máscara que a veces tapa nuestra personalidad en unos momentos u otros que nada tienen que ver con estas fechas se convierte ahora en algo visible, adornado, y nos sentimos orgullosos al mostrar que la llevamos puesta.
Por tanto, como en una película, disponemos de una careta bien elaborada, un maquillaje preciso y un decorado perfecto. “Luces, cámaras, acción”, diría un director de cine; y así es, bajo un alboroto de luces bien iluminadas y las cámaras de nuestra propia mirada, comienza la acción de un día y una fiesta cualquiera sin serlo, de una vida diferente sin poseerla.
No somos pocas las que a veces construimos un mundo a fuerza de nuestros sueños, imaginando que podríamos vivir como una escultura de mármol bendecido, cubiertas por la misma porcelana impoluta que cubre a una muñeca, y pensando en cuánta felicidad nos proporcionaría esa belleza. Igualmente, no son pocos aquellos que modifican su cuerpo hasta convertirlo en un héroe de músculo exagerado, el cual terminará por estorbar a la propia inteligencia. No obstante, solamente son sueños inútiles; sueños de unos y de otros convertidos en disfraces de esto y aquello, de malos y buenos, de conocidos y extraños, que, ya sea para bien o para mal, solo pueden unirse y cumplirse en este anhelado cuarteto del año.
¿Y por qué necesitamos un decorado artificial para mostrarnos tal y cómo somos?, ¿o colocarnos un ridículo disfraz para ser capaces de reírnos de nuestros defectos? El Carnaval es alegre, seductor, original, diferente…, ni siquiera estoy segura de si podríamos vivir sin él, pero ojala en los restantes 361 días del año, fuésemos capaces de continuar nuestra vida sin ninguna máscara perfecta que oculte lo que nos hace únicos, lo más bonito que cada uno de nosotros poseemos: nuestras malditas pero encantadoras imperfecciones.

lunes, 15 de marzo de 2010

Hablando de cuernos

Me harta oír hablar de toros y de cuernos. De algo que a mí no me incumbe (o quizás sí) pero que aborrezco, tanto de un tipo y del otro, aunque más de una vez los haya visto (en sentido figurativo y sin él). Me hartan los presuntos cuernos de Belén Esteban y los cuernos que presuntamente van a dejar de verse en las corridas de toros de Cataluña. Y aunque los aborrezca, no los rechazo (más unos que otros, hagan apuestas de cuáles más). Sin embargo, ¿por qué tanta polémica? Quien quiera ver cuernos que los vaya a ver, y quien no, que se quede sentadito en su casa como un niño bueno al que le interesa más bien poco que corran ríos de sangre por la arena.

Permitanme que lo compare con los puticlubs. Ahí están, siempre, desde siempre y para siempre. También de ahí (posiblemente) salgan millones de cuernos cada día.Y qué, nadie se queja, quien quiere (o necesite) va, y quien no disfruta fuera de esa cama/plaza redonda. En el Parlamento y variantes, nadie está poniendo sobre la mesa una propuesta para echar abajo los clubs de alterne (legales) repartidos por España.

Dejemos que en este país haya de todo y para todos. A mí no me gustan los toros, pero nunca me han molestado. Igual que no me gustan los puticlubs y por eso, nunca se me ha pasado por la cabeza acudir a uno, pero no me molesta su presencia en la carretera lo más mínimo.

Sólo digo dos cosas: afortunados los toreros que puedan seguir toreando en Cataluña, y afortunados los hombres que no tengan la necesidad de pasar por ningún club.

-Sara Sánchez-

Primera vez con Haití.


A veces las malas historias se suelen justificar con argumentos parecidos a aquel que dice: “Cuando la generosidad del destino es muy grande, siempre hay un pozo en el que pueden caer todos los sueños”. A los protagonistas de esta historia el mundo les ha proporcionado el pozo, pero sin embargo, jamás antes les obsequió con la generosidad. Haití es, y ha sido siempre, un conjunto de pobres vidas olvidadas, esas a las que su miseria ni siquiera les ha dejado huir; un conjunto de trozos de tierra que solamente aparecen en los mapas, y de casas mal colocadas y peor construidas, incapaces de aguantar ni un suspiro, cuanto más un terremoto. ¿Sois capaces de imaginar que un temblor os quitara en cuestión de segundos todo lo que habéis conseguido con los años y con vuestro esfuerzo? Ellos sí.

Un temblor, y unas grietas que en poco tiempo permiten que el suelo se resquebraje, tragándose todo lo importante para miles de personas y provocando una parada forzosa del ritmo del país. Después de eso, ya no queda nada más que el silencio procedente del resto del mundo que reza por Haití, gritos de aquellos que comienzan a darse cuenta de su miserable suerte, y desesperación de todos aquellos que permanecen bajo los escombros a la espera de un milagro, de ayuda, de un simple sorbo de esperanza que les entregue un atisbo de la vida que les está empezando a faltar. Y sobre estos escombros, personas que acaban de descubrir dónde está realmente Haití, y que pretenden echar una mano, dejarse la vida si hiciera falta. Por el cielo vuela la tristeza, las nubes oscuras y apagadas, y las voces que llegan desde el Primer Mundo para intentar buscar ese equilibrio, algo que sería como jugar a confiar en lo imposible. Junto a esto, un helicóptero impaciente por aterrizar en algún hueco que haya resistido al desastre. Entre las calles, locuras de unos y de otros, caos, sollozos y un suspiro, seguido de un grito de júbilo que se escapa a lo lejos. Un superviviente, dos, tres…; sin embargo, nada comparable a las espeluznante cifras de muertes que nos dejan sin ganas de probar bocado cada mediodía. En ese ambiente ya reina la angustia, el sonido amargo al hacer las fotografías que nos llegarán a nuestro país, y que nos harán recordar todo lo que tenemos y todo lo que podemos perder en tan poco tiempo en este mundo que, otra vez, no tuvo piedad con los más débiles.

Y nosotros seguimos aquí, afortunados, bajo una luz que desaparece cuando se hace de noche, pero que al día siguiente estamos seguros de que volverá a salir; algo poco probable para ellos, que desde entonces, viven bajo una sombra de horror que les impide hasta respirar. Aquí nosotros seguimos con nuestra rutina de siempre, aunque siendo más generosos que nunca. No obstante, de qué sirve hacer todo eso, si aquellos considerados los gobernantes del mundo parece que sólo se preocupan de, si son grandes, llegar aún más alto; si son poderosos, hacerse aún más; si el resto ya son pobres, terminar por sepultarlos. Por ello, difícil sería prosperar sin esa campaña de todos los que han ido, siguen allí o irán a esa parte de Sudamérica que teníamos tan olvidada, de esa tierra ahora convertida en ruinas, y de esas ruinas que se llevaron consigo miles de ilusiones y de familias. Difícil sería sin todos aquellos que arriesgan la vida para entregar un trozo de pan a una persona que ha estado sobreviviendo con 70 céntimos al día durante tantos años y que ahora han perdido incluso eso; sin los que se dejan el sudor operando las heridas de aquellos que pretendían dar de comer a sus hijos, dejando de comer ellos mismos; sin los que piden ayuda humanitaria al resto del mundo mientras cruzan miradas con unos ojos que reflejan más terror de lo que puede expresar un folio lleno de palabras.

Pero lo desolador no es únicamente lo que ocurre en Haití, donde es verdad que ya sólo queda algo parecido a un agujero negro, la mitad de la población y la confusión, el miedo y la rabia de todos aquellos que tienen que empezar una nueva vida sobre piedras y miseria; también existen otros muchos lugares envueltos en la misma desdicha, colocados en un camino por el que los del Primer Mundo nunca nos dignaríamos a pasear. Otros lugares igual de olvidados que Haití, los cuales, desgraciadamente, parece que esperan impacientes la llegada de algún terremoto que nos avise de que ellos también están allí, esperándonos.

viernes, 12 de marzo de 2010

Fugaz llegada.

La certeza de que pronto llegará el futuro es lo que nos hace a todos mirar hacia delante y pensar que todo lo que queda atrás también merece ser mirado, recordado, escrito en algún lugar en el que al principio tú misma lo reconoces, pero lo cual dejarás de reconocer conforme el futuro vaya llegando y dejándose también atrás. Lo que escribo ahora no lo reconoceré mañana, lo sé; pero es igual, el futuro ha dicho que el pasado también debe ser recordado.