Cuando una vez me dijeron que estaba loca, acepté el dictamen sin protestar: fue ésa la primera vez en la vida que se hizo justicia conmigo. Que nadie venga ahora a reclamarme cordura; mi cordura es mía y no pienso compartirla con nadie.

martes, 8 de febrero de 2011

Fe de Errata

Confieso

—no miento—


De veras

te hamé


Así con «h»

por que fue

un error.



--> Rodolfo Quintero

2 comentarios:

sriesco dijo...

Me gusta. Y me recuerda a un artículo de Millás que he leído hoy... si lo encuentro te lo pego, que está muy bien.

sriesco dijo...

Durante mucho tiempo creí que apatía se escribía con hache: hapatía, hapático. Si algo percibe uno las temporadas en las que se encuentra apático, es el soplo enfermizo de una hache muda recorriendo su sistema linfático. Ese soplo no nos permite hacer otra cosa que permanecer tumbados en el sofá, dudando entre la poesía y la novela, la compañía o la soledad, la vida y la muerte. La apatía (o hapatía) es una enfermedad terrible, no ya porque no te permite hacer nada, sino porque en sus peores manifestaciones puede llegar a volverte hiperactivo.

Personalmente soy apático (hapático, en realidad), aunque es tal la culpa que ello me produce que cuando llevo cinco minutos en la misma silla me levanto. Así es como me he vuelto hiperactivo. La hapatía, combinada con la culpa, produce esta monstruosidad de hapáticos hiperactivos. En la naturaleza hay algún ejemplo: la lagartija. Este animal permanece quieto la mayor parte del día, pero cuando le da por moverse no hay quien le atrape. No hay nada más hiperactivo que el rabo de una lagartija. También hay altos bajos. En mi colegio había un chico al que todos teníamos por alto. Hace poco lo encontré en la calle y resulta que era cuatro o cinco centímetros más bajo que yo. Se ve que su estatura le llevaba a superarse moralmente de un modo tal que nos hizo creer a todos que era alto. Es un misterio el modo en el que la mayoría de las cosas tienden a su contrario. Los tímidos suelen ser atrevidos, los atrevidos cobardes, y en las palabras con hache muda, la letra muda es la que más canta.

El sinónimo más evidente de la apatía es la astenia. Desde la primera vez que escuché esta palabra supe que le convenía una hache, aunque quizá no la llevaba por pereza. Hastenia, hasténico. Es evidente que el soplo mortal de esa hache invisible es el que le hunde a uno en la depresión atenuada que llamamos hapatía. Soy, pues, hapático y hasténico, de ahí que mi castigo haya sido convertirme en un hiperactivo. Abulia también debería llevar hache, habulia. La hache es terrible. Mucha gente cree que arrancándola de la ortografía la indiferencia sería más llevadera, el aburrimiento más digno.
Durante un tiempo, pensé que la hastenia era característica del carácter contemplativo. Santa Teresa de Jesús, tan contemplativa ella, tan apática, no paraba sin embargo de hacer cosas. Pero cuando le entraba el bajón caía en unos arrebatos místicos que no eran sino una manifestación de la pereza. El perezoso está condenado a alternar el letargo con la actividad. Su estado natural es el letargo, pero lo disimula viajando todo el rato. Afortunadamente, para viajar es preciso pasar mucho tiempo sentado: en el avión, en el coche, en el tren. Por eso asiento debería escribirse también con hace: hasiento. De hecho, es una palabra con forma de silla. Usted disculpe que no me levante.

-Juan José Millás-

(ea)