Cuando una vez me dijeron que estaba loca, acepté el dictamen sin protestar: fue ésa la primera vez en la vida que se hizo justicia conmigo. Que nadie venga ahora a reclamarme cordura; mi cordura es mía y no pienso compartirla con nadie.

martes, 30 de noviembre de 2010

Volver a mentir


Mentiría si dijera que me conformo. Además, necesito evolucionar, crecer, creer. Y me invento enfermedades inmerecedoras de ningún psicoanálisis, porque algún nombre tendremos que ponerle a esto, a este envidiar el pedazo de suelo en que se estarán posando ahora mismo tus pies, cuando amaneces a la vida y a mi mundo, y sé que lo haces para darme una excusa más para no matarme.

Ya no me sirven los ardides de antaño: nada me convence que no sea tu mano en mi espalda, mi boca en tus muslos, tu risa en mis mañanas. El resto es más que silencio, es dejar pasar los días, descontar horas, tejer minutos, volver de ese viaje a no sé dónde buscando motivos para regresar a ti.

Adoro este párvulo paso del tiempo, esta desesperación insensata, esta vuelta a las matemáticas básicas en las que prima el contar con manzanas, números enteros, la tabla de multiplicarnos, la del dos, la de los dos, donde cualquier operación es siempre inexacta si el resultado no eres tú o el infinito, que no es lo mismo pero es igual.

Volvería a mentir (haría cualquier cosa por) si te dijera que el café no me sabe a ti, que eres el pan y la sal, y el queso, carajo, y el vino y hasta la insípida ensalada. Mentiría, mataría, rezaría si tú fueras dios, si existiera algún absurdo motivo para que lo fueras. Pero sólo me postraría ante el altar que hemos querido diseñar para el placer: ya sabes, cualquier parte de la casa, o a tus pies, pero eso sí que lo sabes.

¿Acaso no fue la música la que nos puso esta maravillosa trampa en la que caímos desesperadamente? Permíteme arpegiar por tu columna, puntear por en tus senos, rasgas por entre tus nalgas, hacer un pizzicato en tu sexo. Bendita sinfonía tu cuerpo arqueándose en pleno orgasmo. Malditas las noches en que no disfruto el dulce pecado de tenerte.

Y sí, hace frío, mucho frío en esta condenada hora en la que sólo puedo tenerte en mis sueños, en la que tu espalda no besa mi pecho y mi aliento no siente el aroma de tu cuello que, inevitablemente, quedó mezclado al juntar nuestros sudores. Y no, esto no es vida sino un dejarse llevar hasta el momento exacto en que vuelvas a mirarme de frente y me vuelvas a convencer de que, en verdad, no nos hace falta ponerle nombre esta cosa que los demás llaman amor.

4 comentarios:

sriesco dijo...

Uf, estaba subiéndome por las paredes pensando que esto era tuyo! Vaya pedazo de texto que nos has colgado por aquí, Sarita... Y qué discochentero has puesto el blog, no??

sriesco dijo...

PD: lo siento, los peces me dejaron de gustar en el momento en que los míos murieron cocidos (me los dejé al lado del radiador, pero ya escribiré algún día sobre ello xD)

Melanie dijo...

Coincido con Sara...iba a besarte en cuanto te viera por el texto. Pero ya no ala. Jajajaja. Sólo te felicito por haberlo encontrado y haberlo puesto para que podamos leerlo. Muy bonito! :)

Anónimo dijo...

En nix in t nederlands? ;)