Cuando una vez me dijeron que estaba loca, acepté el dictamen sin protestar: fue ésa la primera vez en la vida que se hizo justicia conmigo. Que nadie venga ahora a reclamarme cordura; mi cordura es mía y no pienso compartirla con nadie.

viernes, 19 de marzo de 2010

CARNAVAL, VIDA IRREAL.


Deshazte ya del disfraz. Acércate a un espejo y mírate fijamente. Permanece delante de él hasta que la imagen difusa que tienes de ti mismo en tu cabeza se transforme en una figura clara. Mira esa figura de arriba abajo, sin ningún pudor, estando seguro de que no hay nadie observándote cerca, de que eres tú mismo el único que puede criticarte, de que eres la única persona que puede fijarse en ese maldito defecto que te persigue cada vez que miras el reflejo de ese frío cristal. Intentas mirar hacia otro lado para no toparte de nuevo con él, y a pesar del esfuerzo que haces por sonreír ante las virtudes que ves, el defecto siempre está ahí, molesto, inmóvil, aterrador, enorme ante ti.
¿Y para qué está el Carnaval más que para consolar a esa figura reflejada en el espejo? Los Carnavales son esos cuatro días que nos permiten transformarnos en lo que no somos o en lo que siempre hemos querido ser, echarnos un maquillaje que puede llegar a engrandecer nuestros defectos y, sin embargo, ahí sí somos capaces de convertirlos en causa de risa; esos cuatro días que nos dan la posibilidad de enfrentarnos al ridículo que tanto miedo nos da, de utilizar un personaje vergonzoso con el fin de parecer alguien interesante, de reencontrarnos con nuestro pasado mientras buscamos trozos de tela que teníamos olvidados en el fondo del armario, los cuales, ahora sí, serán capaces de devolvernos toda nuestra elegancia. El Carnaval nos da permiso para abandonar nuestra vida real en cualquier parte y trasladarnos como objetos irreales a una disparatada sopa de animales, colores, nacionalidades y objetos, colocados todos juntos en un mismo espacio organizado estratégicamente para que los espejos pasen a ser meros espectadores; ellos nos miran, pero todos estamos seguros de que en ese momento no son capaces de reflejar lo que tanto nos disgusta de nosotros mismos.
El simple hecho de colocarnos una máscara de carnaval hace cambiar la pieza de música que envuelve nuestro día a día. Un mundo diferente aparece ante nuestros ojos durante 96 horas seguidas prestando a esa canción nuevas letras, tocando nuevas notas musicales que de otro modo no aparecerían en esa melodía. Una máscara idéntica a la que nos ponemos para enfrentarnos a nuestra propia canción, la misma máscara que a veces tapa nuestra personalidad en unos momentos u otros que nada tienen que ver con estas fechas se convierte ahora en algo visible, adornado, y nos sentimos orgullosos al mostrar que la llevamos puesta.
Por tanto, como en una película, disponemos de una careta bien elaborada, un maquillaje preciso y un decorado perfecto. “Luces, cámaras, acción”, diría un director de cine; y así es, bajo un alboroto de luces bien iluminadas y las cámaras de nuestra propia mirada, comienza la acción de un día y una fiesta cualquiera sin serlo, de una vida diferente sin poseerla.
No somos pocas las que a veces construimos un mundo a fuerza de nuestros sueños, imaginando que podríamos vivir como una escultura de mármol bendecido, cubiertas por la misma porcelana impoluta que cubre a una muñeca, y pensando en cuánta felicidad nos proporcionaría esa belleza. Igualmente, no son pocos aquellos que modifican su cuerpo hasta convertirlo en un héroe de músculo exagerado, el cual terminará por estorbar a la propia inteligencia. No obstante, solamente son sueños inútiles; sueños de unos y de otros convertidos en disfraces de esto y aquello, de malos y buenos, de conocidos y extraños, que, ya sea para bien o para mal, solo pueden unirse y cumplirse en este anhelado cuarteto del año.
¿Y por qué necesitamos un decorado artificial para mostrarnos tal y cómo somos?, ¿o colocarnos un ridículo disfraz para ser capaces de reírnos de nuestros defectos? El Carnaval es alegre, seductor, original, diferente…, ni siquiera estoy segura de si podríamos vivir sin él, pero ojala en los restantes 361 días del año, fuésemos capaces de continuar nuestra vida sin ninguna máscara perfecta que oculte lo que nos hace únicos, lo más bonito que cada uno de nosotros poseemos: nuestras malditas pero encantadoras imperfecciones.

No hay comentarios: